Casi sin darnos cuenta, nos adentramos en septiembre. Este mes se caracteriza por siempre estar lleno de cambios, y no solo porque volvamos de las vacaciones. Es entonces cuando empiezan a bajar las temperaturas, caen algunas precipitaciones y comienzan algunos de los rituales de apareamiento animal más impresionantes que podemos ver en todo el continente.
La berrea es uno de esos momentos mágicos para experimentar al final del estío, cuando el calor comienza a dar una tregua y los días, poco a poco, reducen sus horas de sol. Con esas condiciones atmosféricas, grandes animales ungulados —como el ciervo— que, durante todo el verano, se han ocultado en las zonas más profundas y frescas de la sierra, son ahora fáciles de ver en pequeñas praderas y linderos del bosque. Están más activos, nerviosos, casi ansiosos, conocedores de todo el proceso de cortejo que viene por delante en esta fecha.
Las primeras luces de la mañana y las últimas del ocaso son espectadoras de la increíble pelea acústica que se produce entre los grandes machos. Ejemplares de todas las edades, que ya alcanzaron la madurez sexual, compiten emitiendo sonoros bramidos para intentar demostrar su vigor. Sus ecos resuenan en cada valle y montaña, contestándose unos a otros, midiendo sus posibilidades en la carrera por transmitir sus genes. Poco a poco, los grandes machos, que pasaron gran parte del verano a la espera de este momento, acumulando energías y poniendo a punto su cornamenta —ahora lista para la batalla—, reúnen grupos de hembras en las zonas más bajas de la sierra.
En este punto, podemos asistir (si somos lo bastante afortunados) a espectaculares lances entre los poderosos venados. Los machos se retan en duelos, placan sus cornamentas, se embisten y empujan en demostraciones públicas de fuerza. El vencedor es declarado mediante un poderoso berrido tras la pugna, su premio, el privilegio de aparearse con el grupo de hembras, que en ocasiones pueden llegar a las 50 ciervas.
En muchas otras ocasiones, tenemos que contentarnos con disfrutar en la lejanía de los intensos berridos de estos hermosos animales, sonidos que son arrastrados por el viento a través de pinos, encinas y quejigos. Es más probable que podamos sentir el escalofrío inherente a la escucha de un combate cercano. Esta intensa emoción, fruto de la poderosísima demostración de fuerza, hace de la berrea uno de los espectáculos más fascinantes de los que podemos disfrutar en nuestros Espacios Naturales Protegidos, y nos permite acercarnos y conocer, de primera mano, el complicado equilibrio de nuestro monte mediterráneo.
Por Francisco Castellano Martos, agente forestal y guía de la Naturaleza. Vicepresidente de CD Vadilleros.