Menos el aire todo es silencio, paisaje altivo, me enamora este territorio estremecedor, con historias, con leyendas. Hace siglos la Reina Isabel la Católica también estuvo aquí, tuvo que parar en este paraje, venia de Quesada e iba a la conquista de Baza, el Guadalquivir bravío le impidió el paso en ese momento, tras varios intentos de vadearlo no pudo ser. Según la leyenda la Reina mas Católica tuvo que descansar en este paraje y sus caballeros lo prepararon todo, en una noche terminaron el puente. Pues desde aquí, desde este emblemático Puente de las Herrerías arranco por una buena pista dirección del Refugio del Sacejo en primera instancia.
Encinas, quejigos, pinos me acompañan por doquier y a mi izquierda el rumor del río grande andaluz, ¡ el Guadalquivir !, no paro de ascender poco a poco, una gran casa se deja ver en el trayecto, atravieso un túnel y la valla y a poco dejo el carril que me llevaría al nacimiento del gran río y opto por coger a la derecha una pista en la que descubro un arroyo que imagino llevará el agua al Guadalquivir. Hace fresco y la pista se hace dura en su ascenso, en cada reposo observas esos gigantescos pinos laricios y junto al arroyuelo numerosas nogueras e higueras, majuelos y gracias al fresco algún que otro arce. En hora y media y con una subida dura ya estoy en el Sacejo. Mientras asciendo, a cada paso intento apropiarme de la memoria de estos caminos, ¿para que sirvieron?, ¿quien los transitó?, y aún mas, cuando pisoteo un lugar mágico como este territorio, donde ahora nos regocijamos de su naturaleza y su belleza, pero que en otros tiempos la memoria de los mayores y sus recuerdos nos dirán que no eran tiempos fáciles y aún así, esta sierra no la cambiarían por nada del mundo.
Un pequeño descanso oteando las instalaciones del Parador de Cazorla desde el Refugio y de nuevo a retomar la pista con la sorpresa de un repecho que parece que no acaba, tiene poco mas de medio kilómetro, que con algún que otro descanso se supera. La pista poco a poco se convierte en sendero, el ascenso se hace menos fatigoso y la frondosidad del bosque es espectacular, las vistas al infinito no dejan de sorprenderte, el contacto con estos arboles centenarios te hace sentir otro, aquí está el alma del mundo. En la subida llego al Puerto del Tejo, es aquí donde puedo girar a la derecha hacia La Iruela y pasar por delante de la Ermita de la Cabeza o seguir hacia el Gilillo buscando Cazorla. Es este lugar ahora un cruce sin importancia, pero en su día fue un sitio donde había que decidir que camino tomar, por donde ir, aldeas, sierra, poblados…
Son varias y todas agradables las vistas que obtienes, nada mas dejar el Puerto del Tejo desaparece la arboleda, quizás en la lejania algún que otro pino laricio y en la aparente llanura vegetación rastrera que oculta grandes piedras. Es aqui en esta zona donde giras la cabeza y vas teniendo visión de lo que a pocos minutos vas a ir observando a tu derecha, poco a poco vamos abandonando las vistas hacia el Valle del Guadalquivir para tener en la retina ese otro inmenso bosque de olivos en la lejania.
Ya queda poco para llegar al Gilillo, el trajín del sendero te lleva y te trae, te sube y te baje, en el silencio suena el rastreo de un ciervo, aquí me encuentro evadido totalmente del tiempo real, lleno de naturaleza y de espíritu aventurero, ensimismado como cuando estoy en el camino, disfrutando de eso tan invisible y que no puedes tocar como es la felicidad. Cuando menos esperas ya estás en el Gilillo.
Y aquí está este pico, tenebroso como casi siempre en esta época, grande y dirigente, majestuoso, desde aqui girando sobre si mismo te sorprendes en un balcón con vistas al infinito, Sierra Mágina, la Loma de Ubeda, la campiña con su inmenso olivar, la Sierra de las Villas, la de Segura con el Yelmo y el Banderillas, todo un espectáculo que te coloca fuera del mundo. Pudo ser el Gilillo, así lo imagino, uno de esos puntos en los que los antiguos serranos subian a los «miraores», asi me lo contó un viejete, para anunciar algo especial a voces, gritos con mensajes, recados, anuncios de fiestas o algún encargo, me dijo este hombre sabedor de lo que decia, que las voces en el silencio serrano, resonaban a bastantes kilómetros de distancia.
Tras un bocado y con la cabeza llena de imaginación reanudo la marcha, quizás empieza ahora lo peor, ocho kilómetros cuesta abajo, al principio el zigzagueo te lleva por un sendero con piedra suelta, libre de árboles con buenas vistas, ante nuestros ojos van apareciendo Quesada y Pozo Alcón a tu izquierda y a la derecha no paras de ver grandes rocas, una auténtica muralla de piedra prácticamente inexpugnable. Conforme bajamos, de vez en cuando hay que parar y echar la vista atrás, en poco mas de un kilómetro de bajada dejaremos de ver el Gilillo con toda su majestuosidad y poco a poco adentrarnos ya en otro bosque, con una vereda mas ancha, mas pisable, se nota la mano de los antiguos hacedores de caminos, ahí están impertérritos al paso de las gentes y del tiempo. A la altura de un cruce nos encontramos en el Collado de Cagahierro, cruce importante en el pasado, por aquí los «regoveros, los hacheros, los arrieros», las gentes de la sierra atajaban para ir de un lado a otro, importante camino éste que algún día habrá que hacer, en el que las gentes del lugar atravesaban para ir a Tíscar en peregrinación.
Pero sigamos hoy por nuestro camino, seguimos descendiendo, con algún que otro claro vamos viendo Cazorla pueblo, y en el infinito el inmenso y fantástico olivar de la campiña cazorleña, a veces el terreno y sobretodo el ambiente se vuelve húmedo, aparecen charcales, arroyuelos en los que detectas la gran cantidad de agua que puede existir en el subsuelo, aunque hay un extenso pinar no es menos cierto que por la humedad se ve musgo, bastante hiedra, arces, etc. y como final de esta humedad una fuente para refrescarse. En el descenso giramos y giramos, una cascada aparece con gran cantidad de agua y poco a poco mas cercana, Cazorla, da la sensación de que ya está ahí, pero no, todavía queda bajada, es lenta y mas cuando no paras de sorprenderte de todo lo que ves, si estás rodeado de árboles, el bosque es majestuoso, si los árboles desaparecen por momentos allí al frente Cazorla, sus Castillos, sus olivares y a cada lado mas vistas de montañas en las que por encima de ellas te puedes encontrar algún buitre o águila oteando el horizonte.
Aparecen en el sendero viviendas alejadas del núcleo urbano, chalets, huertas, alguna que otra ermita, miradores en los que no paras de quedarte sorprendido por las vistas, de nuevo el run-run de un río, el Cerezuelo, sus aguas nacidas de las entrañas de la tierra, y entre sendero, vereda y camino llego a Cazorla, sorprendido por las ruinas de Santa Maria, construcción de Vandelvira y volviendo la vista observo el espectáculo visual que he tengo a mis espaldas, lugar por donde he transitado, paisaje bravo y silencioso, camino rico en historia y en historias de las gentes.
El día ha amanecido triste y bronco, pero el camino me ha vuelto a sorprender, ahora toca «rin ran, andrajos y un buen vino».
Por Jacinto Fuentes Mesa.