Arranca este caminante de un lugar extraordinario, la belleza del paraje es perfecta y mientras mis pies empiezan lentamente a caminar me viene a la memoria, en este singular lugar, el soneto que Don Francisco de Quevedo regaló al río Guadalquivir y a una de sus musas, concretamente a Lisi:
Y asi poco a poco salgo de Rio Madera, importante lugar hace siglos, donde se traginaba con pinos y desde donde los «ajorraores» ataban a los bueyes y mulos aquellos troncos que iban formando los «jorros», aquellas marcas que dejaban e iban señalando lo que busco, el sendero que me ha de llevar a Hornos. No sé si en este relato me haré reiterativo, pero el espectáculo visual no tiene parangón, empiezo a subir a buscar al Refugio del Campillo y me encanta ver la altiva manera de estos pinos con los que hace mas de doscientos años se hacían barcos y ahí están exhibiendo su bravura silenciosa al paso de los años, es tan impresionante lo que estoy viendo, viviendo y saboreando que no cejo en darme cuenta hasta que un amigo me chismorrea que a la derecha esta El Yelmo, impresionante, soberbio, altanero, orgulloso de su altura, al que el propio Quevedo le dedicó una silva y le dijo: ¡ Oh peñasco atrevido !
Muy poco mas de una hora y paso el Campillo, al instante el cruce que me subirá algún día a El Yelmo y a mi izquierda empiezo a descender un vericueto senderillo, hay momentos que solo se puede mirar donde pisas, pero en el momento que puedes elevar la mirada, la ración de belleza de lo que tienes delante de tus ojos es un prodigio natural difícil de comprender, no te cansas de observar y otear, de asomarte a los peñascos, de ver como algunos pinos están en los lugares mas inverosímiles. Sigo sendero abajo y el estómago no sabe de panorámicas ni de vistas, llevo un rato que las tripas me reclaman y nada mas acabar el senderillo, llego a un cruce donde mi instinto viajero me dice que es el lugar idóneo para apoyar mis posaderas y tomar algo, y entre cacho pan, rodaja de tomate de Jaén y pedazo de salchichón de la Sierra, comentamos entre los peregrinos el acierto de venir por estas tierras, con un Patrimonio Natural descomunal y con una belleza en sus paisajes muy complicada de explicar.
Una vez sosegado el estómago y algo el espíritu nos adentramos en un camino mas ancho, camino de los de rodar vehículos y en la antigüedad bestias que acarreaban afanosamente aquellos troncos, primero para barcos y últimamente para traviesas de tren, camino también con unas panorámicas mágicas a un lado, porque siempre al otro, al derecho, El Yelmo Chico es el que nos acompaña en todo momento, y entre pequeñas subidas y bajadas mas prolongadas, aparece en el horizonte el Guadalquivir manso, como cansado, nunca mejor dicho «apantado», la imagen no tiene precio, el coste del cansancio para llegar hasta aquí está sobradamente remunerado, pero hay que seguir y a escasos metros, otra vista sin igual, alzado y encaramado en un peñasco aparece Hornos, con su Castillo.
El tiempo apremia y a pesar de que arrecias el paso, una y otra vez te paras porque a cada paso no dejas de tener admiración de cuanto ves. Otra bajada pedregosa te hace mirar mas donde pones el pie que al frente, dejando este camino, aparece un sendero que sirve de atajo para llegar a La Capellanía, lugar idóneo para echar un trago, secarse el sudor y contar entre nosotros el paraíso donde vive esta gente, rico en historias y en vida y también en fatigas para poder sobrevivir en estas tierras que en el invierno debe ser durisimo. Abandonamos la aldea por un senderillo que se nos hace mas empinado hacia abajo, hay que echar el freno, está algo escurridizo, la virginidad de este sendero es latente, llevo mas de dos horas observando que al pino laricio o al pino carrasco no paran de unirsele encinas en su mayoría y quejigos, y por allí aparece el enebro, por el otro lado majuelos y al pie de la senda la fragancia del monte bajo, el romero, bosque Mediterráneo, vergel de vegetación y para rematar la faena el ronroneo de un arroyuelo.
Se acaba la etapa, la senda abraza al monte, te lleva y te trae como queriendo que no llegues y sigas por aquí, hasta se estrecha tanto que da hasta recelo pasar, pero hay que seguir, Hornos de Segura nos espera, imponente, con sus callejas recoletas, sus miradores del pantano auténticos vigías de nuestro GRAN RÍO, y su Castillo, esbelto y apuesto, lugar de epopeyas, fin de etapa y lugar de llegada, hay que compartir con la gente, este maravilloso día y junto a un tazón de sopa con un buen chato de vino, hablamos de la experiencia de un día inolvidable, por un bosque asombroso, con unas vistas espléndidas y entre charla y trago recuerdo otra vez a Quevedo cuando loaba a esta Sierra de Segura:
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Por Jacinto Fuentes Mesa