Arrancamos en el Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas, la mayor extensión de masa forestal que existe en nuestro país, superando las 200.000 ha de superficie, donde podemos encontrar hasta un 30% del total de especies botánicas catalogadas en nuestros país, 50 especies de mamíferos y un gran número de endemismos y especies en peligro de extinción. Las cifras lo dicen todo por sí mismas, pero nada como acercarnos hasta el Parque y sentirnos envueltos por gran su diversidad de ambientes para comprender el patrimonio que tenemos en la provincia. Paredes escarpadas, cumbres por encima de los 2000m de altitud, ricos valles y como no, el origen de dos grandes ríos de nuestro país el Guadalquivir y el Segura.
La aventura que vivimos hoy comienza en el área recreativa de Linarejos muy cerca del poblado maderero Vadillo-Castril, un lugar perfecto para reposar las piernas después de una buena caminata, donde podemos hacer barbacoa (durante los meses que está permitido y siempre haciendo un uso correcto del equipamiento) e incluso bañarnos, ya que en los meses de verano hay una pequeña piscina, que durante los meses de verano se cierra mediante unas compuertas, lo que nos permite darnos un refrescante chapuzón a los más atrevidos. Es un rincón perfecto para pasar el día en familia, con abundantes chopos, juncos y cipreses cerca de la rivera y completamente rodeado de una masa forestal mixta de pinos y quercus (principalmente encinas y quejigos). Durante el otoño las tonalidades ocres y doradas de la vegetación caducifolia crean un ambiente bucólico y misterioso, cuesta creer que existan parajes de tanta belleza a solo hora y media de la capital.
Tras disfrutar unos instantes de las vistas que nos ofrece el lugar, cargamos nuestras mochilas, llenamos de agua las botellas y nos preparamos para comenzar la marcha. Atrás dejamos la zona de merenderos y barbacoas y nos desviamos a la izquierda por un SL (Sendero Local, marcado con los colores blanco y verde en señales y mojones). Avanzamos los primeros cientos de metros por una serpenteante pista que poco a poco se convierte en una senda bien definida, a nuestro lado nos acompaña durante todo este tramo el suave murmullo del arroyo de Linarejos, uno de los muchos afluentes que existen por la zona y que pasan a nutrir al Guadalquivir, no podemos dejar de desviarnos unos metros para disfrutar uno de los rincones con más encanto que nos encontramos durante nuestra ruta, se trata de la Poza Verde, un pequeño remanso de agua que parece sacado de otro mundo. Seguimos nuestro recorrido para llegar a uno de los miradores naturales más espectaculares que podemos visitar en el parque, estamos junto a la cascada de Linarejos, frente a nosotros el Lanchón, un bloque macizo de piedra donde podemos avistar grandes bandadas de buitres que anidan en esta zona de paredes escarpadas y grandes desfiladeros. A nuestros pies el río Guadalquivir fluye con gran bravío tras las últimas precipitaciones caídas, tallando lentamente este pequeño cañón conocido como la Cerrada del Utrero. Esta es una zona escarpada donde es muy frecuente encontrar ejemplares de cabra montés paciendo tranquilamente, aunque sus tonalidades pardas y marrones hace que no siempre las podamos distinguir entre la vegetación.
Volvemos sobre nuestros pasos unos 700 metros para tomar una senda algo perdida entre la salvaje naturaleza y desviarnos hacia nuestra izquierda para introducirnos suavemente en un magnífico bosque con una gran variedad de especies botánicas entre las que podemos destacar el Pinus halepensis, nigra y pinaster, así como gran cantidad de lentiscos y cornicabras, madroños, espinos arros, zarzas, ruscos, boj… un paseo mágico por una de las zonas calificadas como zona de Protección A, es decir, la máxima categoría. Nos seguimos adentrando en el monte de Guadahornillos hasta que llegamos a una gran extensión despoblada de árboles, a la izquierda podemos disfrutar de las ruinas del cortijo de las Navillas, uno de los muchos que fueron expropiados en esta zona cuando pasaron de ser montes comunales a formar parte del estado. Está situado una pequeña nava, una zona llana y de gran riqueza en el suelo que ha sido tradicionalmente usada para el cultivo de algunos cereales en un sistema agrícola de subsistencia, son muchas las pequeñas vegas que como ésta, aparecen repartidas por la sierra, otros ejemplos son la nava de San Pedro y la nava del Espino.
Según atravesamos las Navillas va avanzando la mañana y los rayos de sol que ya van calentando el aire provocan las primeras corrientes de aire verticales. Comienzan a aparecer la mayor ave que podemos ver en estos cielos, el buitre leonado (Gyps fulvus), aprovechan estas corrientes para ascender cientos de metros trazando espirales y después lanzarse planeando en busca de alimento. Nuestro camino sigue sin incidentes pero la vegetación se va haciendo de nuevo más densa hasta que llegamos al Puntal de Poyo Gollete, un increíble lugar para detenerse a contemplar el valle del Guadalquivir, justo frente a nosotros podemos apreciar la garita de prevención de incendios del Peñón de Juan Díaz.
En este punto el sendero aparece mucho más definido, comenzamos a subir por una suave pendiente, que nos brinda unos paisajes espectaculares. En este tramo del recorrido es frecuente encontrarse con ardillas, un gran número de aves tales como cuervo, arrendajos, chovas, carboneros, tórtolas, pica pinos… e incluso muflones y gamos. A lo lejos comenzamos a escuchar el sonido del agua correr y al poco podemos contemplar con nuestros propios el arroyo de los Urbios, también conocido popularmente Arroyofrío, que da nombre a una cercana población. Resulta imposible no detenerse en este maravilloso enclave para disfrutar de las vistas y recuperar fuerzas.
Con energías renovadas seguimos nuestro camino desde la presa de Arroyofrío donde nos unimos a la pista forestal de Roblehondo, apenas la seguimos unos cientos de metros hasta que nos topamos con un pequeño puente, donde abandonamos la pista forestal para adentrarnos en un rambla de grandes piedras calizas blancas (quiero incidir en este punto que siempre hay que tener un buena planificación de la ruta y conocer el terreno para evitar posibles incidentes), para los que puedan no estar familiarizados con la terminología una rambla, no es más que el cauce que toma el agua en épocas de abundantes lluvias, dando lugar a arroyos temporales.
Según vamos ascendiendo podemos apreciar los ligeros cambios en la vegetación, dejamos de ver pinos carrascos y el pino laricio hace patente su dominio y adaptación a las zonas más elevadas y húmedas. Comenzamos una ascensión que se puede hacer bastante dura para aquéllos con capacidades físicas más limitadas. Cruzamos otro arroyo, se trata del arroyo de Roblehondo, es un pequeño afluente de corto recorrido que a los pocos kilómetros de su nacimiento se une al arroyo de los Urbios. Seguimos cogiendo altura a través de sendas muy poco transitadas, son caminos antiguos, en muchos cruces podemos ver jorros o vías de saca de madera hoy en desuso. No es difícil cruzarse con alguno de los muchos habitantes de estos montes como el ciervo o el gamo, por lo que tenemos que llevar los ojos bien abiertos. Lentos pero sin pausa comenzamos a ver un reventón de piedra viva que parece nacer directamente del suelo, se trata del Collado de Linarejos, una antigua zona de paso entre distintas poblaciones del Parque, hoy en día es un mirador espectacular. En este punto decidimos de hacer una parada para almorzar, aún nos quedan 3 kilómetros para alcanzar la cumbre del Cerro del Piornar, aunque la subida que nos queda por delante no es especialmente técnica, la nieve caída durante los días previos a la realización de la ruta puede complicar el acceso.
Tras una pequeña pausa disfrutando de las vistas, reanudamos nuestros pasos buscando la cumbre, este tramo hasta que alcanzamos el pico posiblemente sea el más espectacular de nuestra ruta, podemos distinguir algunas elevaciones singulares de estás sierras, tales como el Pico Cabañas, la Peña Gallinera, el Banderillas o los Poyos de la Mesa. Grandes montañas, ricos valles, paredes verticales, cerradas y cortados que atesoran una riqueza ecológica impresionante, da igual cuantas veces acudas a la zona o en qué época, siempre nos sorprende la sierra con su mejor cara. A lo lejos comenzamos a distinguir la Caseta forestal del Cerro del Piornar, una garita de vigilancia de incendios que en la actualidad no tiene uso y según nos acercamos a ella, distinguimos nuevos picos pertenecientes a la Sierra de Segura. Es una parada obligatoria no solo para tomar resuello si no para disfrutar de las espectaculares vistas desde este punto, no es una de las cumbres más altas del Parque, apenas excede los 1600 metros de altitud pero goza de una posición estratégica entre la gran altiplanicie de los Campos de Hernán Perea y el nacimiento del Guadalquivir.
Tras varios kilómetros de subidas comenzamos a llanear por sinuosas crestas, esta zona conocida como la Cuerda de los Mojones, seguimos un amago de senda con los grandes mojones de piedra como guía. Vamos perdiendo altura lentamente altura por caminos casi perdidos, parece increíble pensar que estamos a pocos kilómetros de rutas tan transitadas y conocidas como la Cerrada del Utrero o el río Borosa y es que durante nuestro recorrido no nos topamos con ningún otro aventurero. Atravesamos pequeños bosquetes de pino laricio, los únicos árboles adaptados para vivir en esta altitud, podemos apreciar también grandes matorrales de vegetación pinchuda parecida a hierba, se trata de los piornos, son plantas que se han adaptado a la altitud transformando sus hojas en espinas para reducir la evaporación, nunca deja de sorprenderme la capacidad de adaptación del medio natural a las condiciones existentes.
Podemos ver un pequeño claro en nuestro camino que nos indica el inicio de la pista forestal, nuestras piernas agradecen pasar a un camino bien definido y dejar atrás las sendas sinuosas que nos llevaron a la cumbre. Es una pista que recorre varios kilómetros en zigzag mientras va perdiendo altura y nos introduce de nuevo en un bosque mediterráneo, comenzamos de nuevo a ver encinas, quejigos, lentiscos e incluso algún arce. Paisajes que algunos afortunados como nosotros podemos contemplar, en frente de nosotros podemos apreciar la Peña Gallinera, un reventón de piedra rodeado de pequeños valles que hemos rodeado casi en su totalidad durante nuestra ruta.
Antes de tomar un desvío a través de una antigua vía de saca que nos lleva al Cortijo del Collado Verde, pasamos por una zona vallada, que corresponde a un pequeño centro donde se llevan a cabo varias actividades de investigación científica, incluyendo conteo de piñones, reproducción de fanerógamas o tasas de crecimiento, por lo que es necesario su separación con una valla para evitar la actuación de los fitófagos. En el cruce antes nombrado tomamos un jorro a la derecha, que en unos metros nos presenta las ruinas del cortijo del Collado Verde, otro testigo mudo de las expropiaciones que sufrieron nuestras sierras durante el siglo pasado. Avanzamos unos metros más y atisbamos los primeros sonidos del agua corriendo nuevamente, es de nuevo el arroyo de Linarejos que conocimos al inicio de nuestra ruta, una vez que lo encontramos, lo seguimos por la rivera hasta retornar a nuestro punto de partida.
En total más de 18 kilómetros recorridos pos pistas y sendas, nos sentimos cansados, casi agotados pero con el espíritu pleno.