Me gusta imaginar que el lugar que ocupa el Santuario de la Virgen de la Cabeza, en el corazón del Parque Natural de las Sierras de Andújar, albergó un templo ibero de culto a la diosa de la fertilidad. En la actualidad, más de medio millón de personas, venidas de todo el país, peregrinan cada último fin de semana de abril a este lugar como obedeciendo a una antigua llamada. Los fieles se descalzan y arrodillan sobre las ásperas piedras ciclópeas que suben hasta el santuario.
El domingo por la mañana, la Virgen de la Cabeza, la Morenita, es asaltada por una muchedumbre tan compacta que parece un solo cuerpo estremecido que profiere continuos «¡Vivas!», acompañados de lágrimas. Todos quieren acercarse y tocarla, es el momento cumbre de la procesión por los aledaños del santuario. Una lluvia de pañuelos, camisetas, gorros y hasta niños pequeños pasan por el manto de la Reina de Sierra Morena, que quedan bendecidos en el acto. Vuelvo a pensar en los iberos al escuchar el fuerte tañir de campanas y el sonido de los pitos de barro.
Lejos de este baño de multitudes, las sierras de Jaén mantienen vivas fiestas y tradiciones de una belleza y plasticidad quebradizas, como la Caracolada de Cazorla. Cada tarde del 14 de mayo, San Isicio, santo varón, sale a las calles estrechas y sinuosas de la villa. Y cuando la noche se cierne sobre las casas blancas, diminutos candiles de luz, comienzan a surgir aquí y allá: son caparacones de caracol rellenos de aceite, que se adosan con arcilla a las paredes.
Desde la ladera opuesta, donde se encuentra la ermita de San Isicio, parece que todo el monte tiritase estremecido por un fuego diminuto, que arde dócil y tímido en sus vulnerables recipientes de caracol. Observándolo en las fachadas de las casas, balcones y azoteas, me parece encontrar la esencia misma de la belleza, frágil y fugaz.
Este fuego espiritual, casi intangible, cobra una nueva dimensión en la Fiesta de Mayo de Albanchez, pueblo ubicado en el Parque Natural de Sierra Mágina. Un ritual de fuego nocturno inaugura los actos conmemorativos en honor de San Francisco de Paula, envolviendo las calles del pueblo en una nube de luz, humo y calor. Cuando llega la noche, los vecinos encienden los hachones, grandes antorchas trenzadas con ramales de esparto verde que han untado de pez hirviente. Desfilan por laberínticas callejuelas en las que también arden hogueras crepitantes de retama y sal, confiando a este fuego mágico la regenaración y purificación de toda la comunidad.
En Arquillos, pequeño pueblo en las estribaciones de Sierra Morena, el pelotero de las fiestas de San Antón representa a un diablo burlesco, que goza de inmunidad penitencial. Vestido de forma grotesta y con un rudimentario látigo, del que pende una alpargata vieja, este personaje azota a toda alma en pena que se le pone a tiro. No deja de comer y beber, puesto todo el pueblo está obligado a invitarle.
La Semana Santa es la celebración donde de forma más evidente se conjuga la religiosidad con el lucimiento. En esta provincia es de inspiración castellana, aunque el color, la luz, los olores y el sonido son inconfundiblemente andaluces. La mañana del Viernes Santo, la ciudad de Jaén celebra la procesión de Nuestro Padre Jesús, El Abuelo. El desfile de penitentes – forman una hermandad con más de 7.000 cofrades rigurosamente vestidos de negro-, es inquietante. Entre una densa muchedumbre, condensada en las calles por las que transcurre la procesión, siento cómo el rumor festivo da paso al silencio y la contención cuando aparece la imagen de El Abuelo.
Otra fiesta cargada de simbolismo ritual es la celebrada en Siles, población de la Sierra de Segura, en honor de su patrón San Roque: aquí el toro interpreta un papel de registros casi humanos. El último astado de los encierros, el de San Roque, es conducido, enmaromado, por las calles del pueblo, siguiendo un itinerario particular de pasión y calvario. En cada estación le llueven cubos de agua purificada, arrojados sobre todo por las mujeres. Extenuado y dócil, el toro es inmolado a las puertas de la ermita del santo; en el interior, su carne troceada cocerá toda la noche en una inmensa caldera.
Fiesta de los pueblos
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